quarta-feira, 12 de maio de 2010

La Religiosidad y los Conflictos Entre Nosotros

“¿De dónde surgen las guerras y los conflictos entre vosotros? ¿No es precisamente de las pasiones que luchan dentro de vosotros mismos? Deseáis algo y no lo conseguís. Matáis y sentís envidia, y no podéis obtener lo que queréis. Reñís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Y cuando pedís, no recibís porque pedís con malas intenciones, para satisfacer vuestras propias pasiones”
St 4.1-3
Las pasiones que luchan dentro de nosotros mismos no son más que la “envidia amarga y rivalidades en el corazón, el presumir y faltar a la verdad” (3.14); se trata del pecado de buscar la sabiduría que es “terrenal, puramente humana y diabólica” (3.15), la sabiduría que promueve las “envidias, rivalidades, confusión y toda clase de cosas malas” (3.16).
Con ese breve trasfondo comprendemos mejor el sentido de la pregunta hecha por Santiago: las guerras y los conflictos entre nosotros parten de estas mismas pasiones que guerrean dentro de nosotros. Nuestro corazón abriga las pasiones pecaminosas y se convierte en la fuente de dónde proceden todos los conflictos.
Es muy interesante la comparación que hace Santiago entre la religiosidad y las pasiones pecaminosas. Según él, la religiosidad que más cabida da al pecado es la que se empeña en conseguir de Dios que todas sus pasiones sean atendidas. Es el uso de la religión al servicio de nuestro pecado personal. Hacemos lo que haga falta, incluso matar (en todos los sentidos, no solo en su sentido literal y físico) para que la envidia amarga que llevamos dentro sea aplacada con el objeto de su deseo. Vale todo: reñimos y nos hacemos la guerra. Sin embargo, la paz y la sabiduría de la verdadera religión no la podemos alcanzar, porque seguimos e insistimos en pedir con malas intenciones para satisfacer a nuestras propias pasiones y deseos pecaminosos.
Pedir y no recibir es el fruto de una religiosidad basada en nuestras pasiones e intenciones pecadoras. Pedir y no recibir es el resultado de una vida que, aunque se esfuerce en parecer cristiana, está ciertamente comprometida con su propio pecado y sus consecuentes pasiones personales. Pedir y no recibir es la demonstración clara de las guerras y conflictos que vivimos entre nosotros. Es preciso que un cambio radical sea producido en nuestras vidas por la acción de Cristo para que el ardor del pecado sea apagado por la eficacia de la obra redentora de Cristo.
Caminemos juntos, no entre guerras y conflictos, ni buscando en los demás la satisfacción de nuestras pasiones, sino que ante todo en sabiduría “pura, pacífica, bondadosa, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera” (3.17).

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